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Derribado el muro de Berlín

Una ciudad Europea sorprendente, con muchos años de historia de gloria y de desolación. Sufrió la devastación, los berlineses la levantaron con sus manos y los diferentes intereses de los dos bandos “ganadores” de la II Guerra Mundial la partieron con un muro y con él, la vida de sus gentes. Pero ahí está, más fuerte que nunca, diversa y especial.

Para mi fue maravilloso recorrer esta gran ciudad, no tanto por sus monumentos, sino por su gente y su modelo de ciudad, fue un honor pasar por la Puerta de Brandeburgo y sentir la energía que emiten sus piedras.

La cuarta maratón fue otro estallido de emociones, siempre impone ponerse en el cajón de salida rodeada de muchos maratonianos, aunque esos momentos son tuyos, sola ante tus fuerzas y limitaciones.

Empiezas, sientes las piernas ligeras, tienes que frenarlas, tan feliz porque es tu día, es tu reto. La música, la gente que anima, es mágico.

La edición 2019 fue pasada por agua, la suerte fue que al principio no llovía. luego comenzó a caer una fina lluvia, para dar paso a lluvia con mayúsculas. Estaba un poco asustada, nunca había corrido una maratón bajo la lluvia, otra experiencia más para compartir.

Ya sabéis que Berlín es una ciudad muy sostenible, gracias a los partidos verdes que llevan muchos años trabajando este tema en Alemania, por eso los avituallamientos no son de agua embotellada, es agua del grifo, a mí no me sentó mal, es un dato a tener en cuenta. Los avituallamientos, que se sucedían a menudo, tenían barreños con agua y de ahí te llenaban los vasos los voluntarios.

Ya os he dicho que llovía, al principio me caía parte del agua del vaso, lo que me molestaba bastante porque me daba frío cuando soplaba algo de aire. Esa sensación desapareció pronto, como estaba calada hasta los huesos, ya daba igual y no sentía frío, además vas cogiendo calor con los kilómetros.

La animación está muy bien, aunque sigue sin superar a la maratón de Nueva York, pero aquí la gente también se vuelca con los corredores y es muy ameno el recorrido por eso. A pesar de la lluvia, la gente abrió los paraguas y ahí siguieron animando. Recuerdo un chaval jovencito que gritó mi nombre, es emocionante.​

Bueno la carrera continúa, la suerte que tuve es salir en un cajón no muy veloz, por eso toda la carrera fue adelantar, adelantar y adelantar. Eso da mucha moral, no porque seas mejor, más bien que te sientes fuerte, como que no flojeas. Una sensación que te da fuerza.

El recorrido es bastante llano hasta el kilómetro 31, ahí empiezan pequeños desniveles entre el 32 y el 36, aunque yo no recuerdo que los hubiera, puede que sea de Madrid, aquí si hay cuestas. En la parte final, las calles se estrechan, fue duro porque había muchos charcos que no te dejaban ver los baches y socavónes, bajé un poco la marcha.​

Además de la animación del recorrido sé que me acompañasteis por la app de la carrera, eso da me dio mucha fuerza.

Ya me costaba seguir el ritmo que me había marcado, además tenía que parar en el avituallamiento para no se vertiera gran parte del líquido. Eso es lo peor, beber, beber, beber, tomar los geles, algún trozo de plátano, se me acaba revolviendo el estómago. Nunca me ha pasado, deshidratarme en una maratón, es preferible que se te revuelva la tripa.

El truco cuando retomas la marcha, que me costaba la vida, era pensar en ese ritmo y la cabeza ya era mucho más fuerte que las piernas.

Este año en el kilómetro 35 estaba cansada pero muy bien, todavía fuerte. En el kilómetro 38, puede ser, era difícil mantener el ritmo, pero lo mantuve más o menos. En el kilómetro 40 juré que sería mi última maratón, es tal la paliza, que no entiendes en ese momento que haces ahí. Es ese instante, que deben tener muchos maratonianos populares, de enfado. Es el momento en el que solo quieres terminar.

La maratón de Berlín deja para el final la gran sorpresa. Después de callejear, girar para un lado, girar para el otro, en el kilómetro 41 casi, en uno de esos giros, ahí está imponente la puerta de Brandeburgo.

Ahí recuperé la ilusión, ahí se me quitó el enfado, ahí empece a esprintar, ahí comencé a sonreír…¡Qué emoción!

Iba con mi bandera europea a la espalda y la española en la visera, aunque no soy de banderas y pendones, pero en el extranjero te sientes más perdido y te ayudan a ubicarte.

Con esa guisa y esas energías renovadas cruce la puerta tan famosa, tras 4 horas y 4 minutos, feliz y con fuerza suficiente para llegar con mi familia.

Otra más para recordar.

Luis Armas -
Emprendedor, Autor y Conferencista

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